El maratón de Valencia es la cita con la que cada año cerramos el ejercicio correanimador y la que más nos gusta, porque “jugamos en casa” y eso nos quita mucho estrés organizador.
El lema del maratón de Valencia 2025 ha sido “el paraíso de los maratones”, y algo así es para nosotros, pues lo disfrutamos más por la calma de saber año tras año en qué puntos de nuestra ciudad vamos a estar para cumplir nuestra misión.
Pintar la meta
La paradoja es que nuestros corredores están más nerviosos que cuando nos vamos a otras ciudades a correr. Desde que vieron la línea azul pintada por las calles de València, ya se les hizo más complicado dormir.
Con ellos estuvimos en los rituales que les gusta repetir cada vez: el viernes acompañamos a Expodeporte al corremarido y la correhermana para inmortalizar en foto y vídeo su recogida del dorsal, o su firma en el el muro que dice “Pinta tu meta y corre hacia ella”.


El sábado fuimos a la Ciudad de las Artes y las Ciencias a pasear por la moqueta azul que al día siguiente pisarían más de 30.000 corredores, y visualizando de paso nuestro puesto en unas gradas que cada año nos da la sensación de que son más reducidas.
A por otro maratón
Y amanecimos el domingo con la ilusión de acompañar al corremarido en su reto de conquistar su maratón número 28 (el undécimo de Valencia) y a la correhermana en su décima 42K.
El primer destacamento del grupo correanimador estuvo en la salida, a los pies de la estatua del Parotet, el segundo se ubicó en Benimaclet (el kilómetro 12) y el tercero en la puerta de Viveros (kilómetro 13).
El grueso del grupo nos reunimos en la rotonda de la avenida de Aragón (kilómetro 14,200) junto al disco bus del maratón en el que un dj no hacía más que pedir a la gente -con nulo resultado- que no cruzara delante de los corredores.


Desplegamos nuestra banderola de Correr a animar, los cencerros que nos trajimos del maratón de Múnich, los pompones, las vuvuzelas y una carraca que decidió que esta era su última correanimación (RIP).
Junto a nuestras sudaderas de color rojo no pasamos desapercibidos y nos entrevistaron para un periódico que escribió un divertido reportaje sobre la animación del maratón de Valencia.
Nos espera el vermut
Vimos pasar a nuestros corredores, incluido el chico valenciano que animamos en el maratón de Viena hace años y desde entonces siempre lo buscamos en el de Valencia para gritarle ánimos.
De ahí nos marchamos al kilómetro 24, donde llegamos oliendo a mentol tras haber pasado por un puesto donde disparaban sin parar Réflex en espray a los atletas.

Nos instalamos en la rotonda de la escultura de Ripollés y nos hicimos una foto con nuestras pancartas, que este año pedían al corremarido y la correhermana que fueran rapidito, que nos esperaba el vermut, y que no pararan de correr (este por aquello de buscar una rima con el nombre de Fer).
También tomamos algo de avituallamiento, aunque nada que ver con los trozos de pizzas que un hombre ofrecía a los corredores (y que algunos cogían sin apenas detenerse para nuestra sorpresa).
El peque del runclub
A estas alturas de la carrera el corremarido tenía algunas molestias, así que aprovechó la presencia del grupo rojo para pararse a saludar y hacerle carantoñas al peque del grupo, que con menos de un mes de vida allí estaba ataviado con su body correanimador como uno más.
Le dimos ánimos y alguno de sus potingues y nos marchamos hacia la meta. De camino una chica con un perro nos paró y nos preguntó si íbamos a animar (chica lista, supo leer el lema de nuestras camisetas) y nos que dónde podía ponerse para estar cerca pero que no se asustara el can.

Se lo explicamos y nos fuimos a la meta, donde fue menos difícil que otros años conseguir sitio para todos en primera fila. Eso sí, no sabemos si lo del paraíso era también por las temperaturas casi tropicales que marcaba para entonces el termómetro: menos mal que llevábamos gorras y protector solar de 50, porque ¡cómo caía el sol!
Los globos que nunca faltan
Y desde la grada disfrutamos con la llegada de la correhermana, que un año más respondió con una reverencia a nuestros gritos, y del corremarido, que se paró tranquilamente a grabarnos en vídeo mientras una médico se acercaba por si le pasaba algo al haberse parado a escasos metros del final.
Una vez cruzada la meta, les esperamos frente al Museo de las Ciencias para hacerles entrega del segundo regalo que más aprecian este día después de la medalla: los globos con el número de maratones conseguidos.


Y de ahí nos fuimos a celebrar el gran esfuerzo de nuestros corredores y el poder de la amistad, que hace que un grupo de amigos madruguen un domingo en medio de un puente para animar a sus locos que corren.
Por cierto, al final se nos hizo un poco tarde para el vermut, pero ya nos desquitaremos en el próximo maratón, que será en una ciudad extranjera el año que viene. Y hasta aquí puedo leer.

