Nuestro decimoquinto maratón como correanimadoras ha sido el de València 2019, uno de los que más nos emociona, por diferentes motivos: porque es nuestra ciudad, porque ya lo hemos animado seis veces, y porque cada vez tenemos a más familiares lidiando con los 42,2 kilómetros y a más gente de nuestro singular runclub siguiéndolos.
Nuestro ritual correanimador comenzó el viernes anterior al maratón con la visita a la Feria del corredor, ubicada como siempre en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, a recoger el dorsal y la bolsa del corredor de manos de la correhermana, que además de maratoniana también es voluntaria en sus escasos ratos libres.

Hicimos fotos en con una luz espectacular, el corremarido firmó en el muro de los deseos, recorrimos la pasarela sobre la lámina de agua en la que tanto les emociona acabar la carrera, y nos preocupamos un poquito al ver que cada vez ponen menos gradas para el público, aunque siempre hemos acabado animando allí la carrera y esta vez no queríamos que fuera diferente.
Comienza el maratón
El domingo amanecimos muy pronto (algún día escribiré un artículo sobre las manías de los corredores, entre las que figura sin duda en primer lugar la de «no se nos vaya a hacer tarde») e iniciamos nuestro particular maratón correanimador.
A falta de autobuses con los que poder llegar al punto de salida, fuimos en metro hasta la parada de Alameda junto al corremarido, la correhermana y el correcuñado (todos nerviositos pese a ser repetidores), y de ahí andando bajo la luz de la luna unos veinte minutos hasta el lugar de quedada: el arco junto al Palau de Les Arts y frente a una ermita en la que, por cierto, a las 7’30 horas estaba entrando una procesión.

Tras las fotos de rigor y los deseos de buena suerte, cruzamos el puente por el que sale tanto el maratón como la 10K (esta ha sido la última vez que esta última carrera se ha celebrado junto al 42K) y nos posicionamos en nuestro primer punto animador: la rotonda del Parotet.
Corriendo y volando
A partir de aquí, a los corredores la mañana se les pasó corriendo y a nosotros casi que volando: fuimos andando a ritmo de batucadas y de dolçaines i tabalets hasta el kilómetro 16.5, la rotonda de la Plaza de Zaragoza, donde se nos sumaron más correanimadores.
De ahí nos lanzamos al kilómetro 24 (de nuevo la rotonda del Parotet), donde entregamos las pasas que quería el corremarido, y a partir de aquí el esprint final, con la mente concentrada en que teníamos conseguir sitio (cinco sitios nada menos) en la grada ubicada sobre el agua de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, muy cerquita de la pasarela azul.

Activamos la mente de campo y … ¡lo conseguimos!. Y además acabamos en primera fila, que para eso somos veteranas y algún truco nos sabemos. Allí nos dejamos la voz para que nuestros maratonianos pudieran oírnos y localizarnos por encima de la música atronadora que les recibe para entrar en meta. Dos globos dorados con el número 15 que colocamos en la grada sirvieron de ayuda, pues como siempre salió un día espectacular y el sol se reflejaba en ellos.
Orgullo y emoción
Del 1 de diciembre de 2019 nos queda un recuerdo lleno de orgullo por nuestros corredores (¡sois unos héroes!), de emoción (por la animadora que ya no está con nosotros pero que animó y mucho desde arriba) y de momentos felices vividos en una magnífica compañía.
El corremarido conquistó su decimoquinto maratón y logró mejor marca personal; la correhermana brilló en su segundo maratón y lo disfrutó como nunca, y el correcuñado -ese que al acabar el maratón siempre dice ‘nunca más’-sumó al medallero su tercer 42K.

¡Gracias, maratón de València, por regalarnos esta experiencia!. Hemos vuelto a cumplir el lema del blog Correr a animar: Nosotros no corremos, pero animamos. ¡Y mucho!. Que se lo digan al animasobrino, que contó cada vez que chocó la mano a un corredor y le salió una suma redonda: 650.

